miércoles, 10 de mayo de 2017

Un equipo singular. Bienvenida y bien viaje

Son muchos los momentos en los que he compartido vivencias y experiencias con personas de mi entorno. En definitiva momentos de convivencia. Son muchas las situaciones que vienen a mi memoria al pensar en este tópico, aunque sin ninguna duda el momento de convivencia que guarda un lugar especial en mis pensamientos fue el vivido en mi primer congreso. Ese congreso en el que cuatro casi perfectas desconocidas decidieron emprender una aventura en Granada acompañadas de su docente y mentora.

Éramos personas muy diferentes que pocas veces habíamos coincidido. A una de ellas la conocía por haber compartido espacios en el colegio cuando estaba haciendo el acompañamiento mientras ella estaba de prácticas. Se veía una mujer implicada y que le gustaba lo que hacía, que lo daba todo por las niñas y niños que estaban a su alrededor y que no se conformaba ante cualquier injusticia; aunque rara vez cruzamos una palabra, siempre estábamos rodeadas de niñas y niños y nosotras nos volcábamos en nuestro trabajo. Tras todo eso nos perdimos la pista y después, en ese año en que nos fuimos de congreso, era estudiante del máster en el que yo estaba trabajando. Nuestros caminos se volvieron a cruzar de alguna manera.

Otra de ellas no la conocía de absolutamente de nada. Era una estudiante de 4º del Grado de Educación Infantil que estaba desarrollando su TFG en la misma línea que estaba trabajando yo. Únicamente la había visto una vez antes del congreso porque llamó a mi puerta preguntando por él y cómo íbamos a organizar el desplazamiento. Me pareció una muchacha tímida y dulce que se hacía una bolita ante situaciones más grandes que ella, la conversación fue breve dado que estaba bastante ocupada y, más tarde, descubrí que esa situación provocó que pareciera desagradable y arrogante a sus ojos. Todo esto, su percepción y la mía propia, fueron cambiando a lo largo del congreso. ¡Cuánto daño hacen las primeras impresiones a veces!

A la tercera persona sin embargo sí que la conocía bastante bien: mi pareja. Era un estudiante de 2º del Grado de Educación Infantil que se implicaba y lanzaba con todos los proyectos que surgían en la facultad que marcaran la diferencia.

Y después estaba yo, una estudiante de máster que trabajaba al mismo tiempo en la facultad y que tenía mil inquietudes en mi cabeza y muchas ganas de cambiar las cosas aportando mi granito de arena.

Y ahí estábamos, cuatro desconocidas con una cosa en común: Mayka. Unas por ser alumnas de TFG, otros por ser alumnos colaboradores o por haber compartido proyectos con ella. Y algo más: la pasión por el Aprendizaje y Servicio, que era el hilo conductor que nos llevaba de congreso.

Finalmente decidimos que iríamos a Granada en coche, éramos 5 y podíamos compartir gastos. Y sin ninguna duda fue una gran decisión. Ese camino en coche fue responsable de desmontar muchas de esas primeras impresiones y nos permitió conocernos mejor, comprobar que esas “algunas cosas en común” eran en realidad “muchas cosas en común”. Misma concepción de la educación, misma lucha por la transformación, mismas ganas de implicarnos… Y si los coches hacen magia no podemos dejar de hablar de esas noches compartiendo casa donde apenas se dormía y hablábamos, reíamos y llorábamos. ¡Quién nos iba a decir que cuatro personas que se conocían tan poco llegaran a llorar y compartir tanto en una noche! Descubrimos que no sólo compartíamos inquietudes y profesión; sino que realmente éramos personas similares en algunos aspectos y con vivencias muy parecidas. Esos momentos donde compartimos historias de vida nos ayudó a ser más conscientes de nuestras fortalezas y debilidades, superar barreras que en ocasiones nosotras mismas nos habíamos impuesto y dejar que otras personas entraran en nuestra realidad.

Hoy esas tres personas son mis imprescindibles, mis esencias. Desde ese momento somos un equipo y trabajamos juntas. Nos complementamos con nuestras personalidades y potencionalidades, seguimos riendo y llorando, tenemos proyectos comunes, apoyamos los proyectos individuales, nos movilizamos, visibilizamos nuestro trabajo,... ¡y hasta tenemos un artículo juntas! Y no solo eso, somos un equipo de trabajo y también grandes amigas y amigos. Ese congreso marcó un antes y un después en nuestras vidas, hizo que cuatro personas que luchaban en solitario y que se sentían solas se unieran e hicieran piña.
 
De esta forma todo se transforma y los círculos se cierran, y la vida sigue y sigue girando haciendo
que todo crezca. E incluso ahora sigue transformándose, ya no somos cuatro sino cinco. Otros congresos, otras vivencias y otras experiencias han hecho que otra esencia más se incorpore al equipo. De nuevo otra de esas estudiantes del grado de Educación Infantil que se preocupa por todo lo que ocurre a su alrededor, se moviliza y arrolla con las injusticias, que se implica en su facultad, que colabora en el departamento y siente el ApS. Otra compañera que se incorpora y pasa de lo individual a lo colectivo.


Para mí, eso es la clave de la convivencia. Es encontrar espacios para compartir, construir, dialogar y ser tú misma sin presiones ni ataduras de ninguna clase. Es ser tú en relación a otras personas y eso precisamente es lo que conseguimos en nuestro equipo.

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